La encontré y me perdí. La abracé y me vi protegido en los brazos de la tranquilidad.
Su sonrisa era la brisa que mece la barca perdida en el mar de pensamientos encontrados.
24 horas sirvieron para encontrarle a todo el significado.
Menos de 24 me quedaban para disfrutarlas a su lado.
Viajamos de un bocado a japón, siendo el templo de la sinceridad y la admiración.
No hubo ofrendas para una diosa proclamada humana, una deidad frente a mí sentada.
Y no dejé de mirar el reír de sus gestos, el bailar de su pelo en el pecho del viento que le hacía volar.
Plaza de aves, plaza de gentes, plaza llena de corrientes de personas que no saben dónde van,
no me digas si encontraba algún destino, si buscaba en el camino a su lado andar.
No quisimos mirar el reloj cuando caía la noche y entre copas quisimos disfrutar
del segundo piso de un bar que nos desnudaba sin quitarnos la ropa.
Pasa una hora más y en la boca del lobo no te podía escuchar.
Entre la oscuridad de las pocas luces, te envidió la luna por brillar más que ella y ser única protagonista ante los ojos de todos.
Prometí intentar no escribirte, mientras el sol asomaba.
Prometí no querer desear lo que hoy en día anhelo.
Prometí que algún día a tus gestos saludaría al despertar.
Deseando que llueva para leer juntos, esperando al frío llegar para desnudos pedir calor.
Las caderas que guiaron el ritmo la noche en la que caí otra vez.
Las curvas en las que con mapa me perdí.
Recorriendo cada peca de tu cuerpo, dibujando un querer infinito que te admitía el deseo de colgar en tus labios, de besar tu sonrisa.
Amanece, más de 20 horas que en un momento sintieron ser pocas.
Como árbol que aguanta la tormenta, me mantengo erguido, en pie, mientras el largo abrazo dicta el final. Abrazo interminable, en el que llevaste parte de mi corazón entre tus brazos.
No han pasado 24 horas y ya no te veo.
Vuelvo a mí y me noto vacío sin ti.
Pido nuevamente al destino, que me preste una hora más.
Hora que no llega, hora que gasto en escribirte una carta...
No hubo ofrendas para una diosa proclamada humana, una deidad frente a mí sentada.
Y no dejé de mirar el reír de sus gestos, el bailar de su pelo en el pecho del viento que le hacía volar.
Plaza de aves, plaza de gentes, plaza llena de corrientes de personas que no saben dónde van,
no me digas si encontraba algún destino, si buscaba en el camino a su lado andar.
No quisimos mirar el reloj cuando caía la noche y entre copas quisimos disfrutar
del segundo piso de un bar que nos desnudaba sin quitarnos la ropa.
Pasa una hora más y en la boca del lobo no te podía escuchar.
Entre la oscuridad de las pocas luces, te envidió la luna por brillar más que ella y ser única protagonista ante los ojos de todos.
Prometí intentar no escribirte, mientras el sol asomaba.
Prometí no querer desear lo que hoy en día anhelo.
Prometí que algún día a tus gestos saludaría al despertar.
Deseando que llueva para leer juntos, esperando al frío llegar para desnudos pedir calor.
Las caderas que guiaron el ritmo la noche en la que caí otra vez.
Las curvas en las que con mapa me perdí.
Recorriendo cada peca de tu cuerpo, dibujando un querer infinito que te admitía el deseo de colgar en tus labios, de besar tu sonrisa.
Amanece, más de 20 horas que en un momento sintieron ser pocas.
Como árbol que aguanta la tormenta, me mantengo erguido, en pie, mientras el largo abrazo dicta el final. Abrazo interminable, en el que llevaste parte de mi corazón entre tus brazos.
No han pasado 24 horas y ya no te veo.
Vuelvo a mí y me noto vacío sin ti.
Pido nuevamente al destino, que me preste una hora más.
Hora que no llega, hora que gasto en escribirte una carta...