21 de marzo. Día mundial de la poesía. Y aunque no considere escribirla, le escribo muy a menudo.
Hay momentos en los que la oscuridad deja un espacio a esa luz -como una persiana rota las mañanas de verano- y me aporta el calor y energía necesarios para sentarme y preguntarme nuevamente:
- Buenos días/buenas noches, ¿qué tienes que ofrecernos hoy? -y me ubico en la mejor butaca, esperando a que de comienzo el espectáculo.
Desesperado -y al verme acabado-, he pedido ayuda. Me veía cómodo en una espiral de oscuridad. Eché el freno de mano en plena carrera y me limité a ver el mundo adelantarme mientras di por perdida mi competición. Estuve a punto de tirar la toalla y someterme a lo que el mundo esperase de mí.
Me he dado por vencido en una batalla en la que siquiera participé. Me encerré entre cuatro paredes, con tres pantallas, un micrófono y decenas de estímulos que apagaban mi mente.
Y estoy, nuevamente y sin esperarlo, escribiendo lo que era y recordaba mientras lo que quiero duerme. No esperaba viajar sin rumbo y sentirme seguro. No esperaba volar y sentirme en calma. No esperaba besar y abrazar la pasión y tener iniciativa en levantarme y buscar la armonía.
Me he acordado de mí. Y me he sonreído con una inocencia que olvidaba tener.
Sigo roto. Sigo perdido. Sigo rodeado de gritos que tienen mi voz. Pero en este momento de luz no quiero soltar lo que me hace vivir. No quiero aplazar ensayos y conciertos. No quiero cancelar viajes. No quiero alejarme de mis amistades. No quiero callar un solo te quiero más. Porque, ¿quién sabe? Quizás mañana me haya alejado tanto de mí que no pueda volver.
Hasta entonces, quiero volver a intentar vivir, viajar y sentir.