Si te contara cómo va todo, te sorprendería.
Me centro en tu sonrisa. En tu saludo y abrazo al cruzarte con todos. En tu manera de contagiar de manera crónica la felicidad en quien te rodeaba.
Aún te recuerdo. En cada sofá y banco de piedra. En cada beso. En cada broma y sudadera cedida. En cada "mi equipo es mejor" aunque lo que nos importara fuera el disfrutar los minutos de juego.
Cada deporte en un "me siento y no me muevo" y la resistencia del orgullo ante el otro.
Cada detalle. Cada encuentro.
Y solo me quedaba un hilo negro en una muñeca que me enterró más desde aquel día.
Unos años sintiéndome sin ánimos de seguir, ni ilusión. Con miedo a volver a perder. Con el sentimiento de vacío y lágrimas cada vez que te mencionaba.
[...]
Ahora, solo tengo el recuerdo de las cartas que te escribí. Las que quemé y entregué al viento esperando que te mandara mi mensaje. Las letras que te compuse. Los textos que te dediqué. Los capítulos que tienen tu nombre.
Ya no tengo miedo de gritar tu nombre ni temo al escuchar tu apellido. Ya no tiemblo cuando por las noches vuelves a aparecer sonriendo en mis sueños, invitándome a seguir. Animándome a no parar.
Ahora hablo de ti en cada presentación. En cada charla. En cada lección.
Ahora eres parte de mi historia -y sé que en la de cientos de personas más, que te acompañaron en aquel adiós-. Ahora...
Eres eterna.
Y aunque no te pueda abrazar, cruzo los brazos esperando coincidir con la brisa de aire que movías. Con tu efecto mariposa.
Han pasado muchos años.
Muchos más pasarán.
Pero siempre serás la niña de nuestros ojos. Nuestras miradas al cielo.
Te echamos de menos;
sonreímos por ti, porque nos enseñaste que merecía la pena.
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