No es lo mismo, no es igual. Lo que la mañana me inspira y la noche me entorpece. El sueño interrumpido por mis pensamientos y el baile y las vueltas entre sábanas.
Ya no duermo, ya no brillo, ya no tengo ilusiones.
Tus miradas ya no me inspiran, tus caricias ya no me salvan. Me bloqueo en mí mismo y confusos pensamientos golpean mi cabeza. He llegado a ver final, pero no puedo.
Tengo demasiadas promesas pendientes. Aunque ahora ya no me veo capaz de cumplir la mayoría de ellas. Ya no me veo capaz de cuidarme, de animarme, de disfrutar de mis virtudes, menguantes, reducidas cada día por mi mente.
Ahora ya no tengo abrazos. Ahora ya no son iguales los besos con los que te dibujaba una vida bajo el ombligo, ni el sudor que se mezclaba en nuestras caderas.
Me abandonaron y ya no tengo musas. Marcharon, enamorando a otro triste escritor de sucios textos y borrones etílicos.
Ya no lucho, ya no fuerzo, ya no vivo. Las agujas del reloj me empujan minuto a minuto, dejándome llevar, dejándome lanzar al vacío de la desilusión.
Mis textos ya no tienen fuerza, no tienen coherencia, no tienen atracción, ni sentido.
Los combiné con mi vida, dejando de darles protagonismo y esperando el momento en el que algo me hiciera volver al raíl que me hacía creer dirigirme a un destino.
Ya no me veo.
Ya no me siento.
Ya no me espero.
Ya no me tengo.
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